¿Por qué me pellizcas?

Duelen. Unos muchos, otros pocos. Pero todos se sienten.
Los hay que son invisibles, pero aún así se siguen sintiendo de la misma manera. Incluso la mayorías de las veces podemos imaginarlos mientras notamos el dolor.
Nos devuelven a la realidad. Atan nuestros pies en la tierra cuando han echado a volar; el único problema es que a veces hemos elevado el vuelo demasiado, y cuanto más altos, más duelen.
No sabemos quién los provoca, pero bendito sea. Bendita sea la mano invisible que nos hace dejar de soñar en cosas que se convertirán en pesadillas. Bendita esa mano que nos obliga por la fuerza a alejarnos de lo que no queremos separarnos. Bendito sea lo que me apartó de tí sin yo quererlo...

Y nunca llegan tarde. Por mucho que nos duela en el momento, ese dolor no será ni la milésima parte de lo que sentiremos al final de ese mal sueño.