jueves, 6 de noviembre de 2008

5 de noviembre

Al llegar a la tercera planta del hospital me encontré con una chica. Estaba sentada en unas sillas que se encontraban justo a la entrada. Tenía los brazos cruzados, y miraba fijamente a la pared de enfrente. Yo me dirigía a la habitación 304. Se intuía algo de revuelo, las enfermeras caminaban muy deprisa de un lado al otro del pasillo. Según me iba acercando a la habitación, veía más gente en el pasillo.
Al entrar en la habitación, mi abuela me preguntó qué ocurría fuera. Llevaba un buen rato escuchando a gente hablar, y continuamente se oían los tacones de las enfermeras y de la doctora caminando por el pasillo a gran velocidad. No puso buena cara al enterarse de lo ocurrido. Cada vez que se iba un compañero de planta se daba cuenta de que faltaba menos para su propia salida.

Hoy era yo la chica de las sillas de la entrada. Y era ella la que pasaba por mi lado tumbada en una camilla y tapada de los pies a la cabeza con una sábana blanca.